Hay algo nostálgico, sombrío y misterioso, en cada viaje, en cada aeropuerto, en cada despedida.
Los viajes largos son besos de sabor agridulce, lágrimas que entre felicidad y tristeza nos hacen saber que nunca seremos iguales después de tomar ese vuelo.
Es despedirnos de lo que somos, de lo que éramos y de lo que conocíamos. Saludar al futuro y hacer otros planes. Conocer gente, hacer nuevos amigos y una familia con otros rostros, acentos y nacionalidades. Es irnos de frente con lo que vendrá y no conocemos.
Son nuevos lugares y nuevas fotos, pero son viejos miedos, mensajes por whatsapp y llamadas por Skype, interrumpidas por mala señal.
Son inviernos sin abrazos de mamá, primaveras mirando hacia el horizonte y creando historias; veranos en los que nos suda hasta el alma y extrañamos los amores, y otoños que te enfrían los recuerdos y te empujan a continuar.
Viajar no es solo tomar un avión, son el preámbulo de épocas de transición. Algo se acabó y algo va a empezar.
Odio visceralmente los aeropuertos, pero no me mal entiendan, como a la mayoría, me gusta viajar e ir a otros lugares, pero he tenido que dejar tantas cosas atrás en ellos, que definitivamente no los dejan dentro de mis afectos. Los check in, los gates, las horas de espera y el «exceso de equipaje» definitivamente no son lo mío.
Los que me conocen saben que me estreso, que llegó 3 horas antes a los vuelos y que hasta que no estoy sentada en el avión no empiezo a disfrutar el viaje. Que me dan mariposas en el estómago y turbulencias en el corazón, porque definitivamente el cambio nunca ha sido lo mío.
Tengo mucho en las maletas, unos cuantos «por si acaso», y un montón de personas, desamores, promesas, sueños por cumplir, alegrías y también algunas tristezas, miles de momentos y recuerdos, que me dejan la balanza en full. Esas palabras que no nos dijimos, esas canciones que no nos cantamos, esos besos que nunca nos dimos y que, tal vez, ya no hay tiempo para darnos.
Nunca hago escala en los grises. Voy por todo o por nada. No hay paradas, solo destinos.
Y ustedes que me leen pensaran: “esta vieja está muy loca, viajar es lo mejor”; pero entre más lo analizo más segura estoy de mi posición.
Tal vez sean vacaciones a México, viaje de negocios en Colombia, estudiar en España o empezar una nueva vida en USA, pero siempre, montarse un avión, es la metáfora de que algo está por venir. Es algo diferente, un cambio de itinerario que me para los pelitos y me hace temblar hasta los cuquitos.
Eventualmente todos nos vamos, es la ley de la vida, pero siento que no vine con las instrucciones para asimilar ,«sin anestesia», los adiós y los hola al mismo tiempo.
Abrazos, despedidas y “me avisas cuando llegues”, me parten el corazón. Besos sinceros y flores de bienvenida. «Te veo pronto» o «quiero volver a este lugar».
Entre tantos sentimientos al dejar algo, se nos llenan los celulares de recuerdos y las maletas de mucho peso, mientras esperamos entre lo que es y lo que será.
La espera me destroza los nerviosos y en mis pensamientos solo quiero que como dice Carlitos, que: «cuando nos volvamos a encontrar, ya no haya tiempo para tristes despedidas«, y no tendré que ahogar mis miedos en tazas de café.
Aquí mientras paso seguridad y espero a que me llamen a abordar, se me aguan los ojos y confirmo que me asusta no pertenecer.
El que siempre fue mi hogar ya no lo es, tenemos nuevas casas y nuevos rincones, pero no crean que volver lo vuelve más sencillo, porque les recuerdo que ya no somos ni de aquí ni de allá. El corazón está en varios países. Nuestros recuerdos en varios momentos.
Somos llamados valientes, nosotros los que nos atrevimos a dejar todo, igualmente somos los más ansiosos por todo lo que vendrá.
Es por eso que digo que odio los aeropuertos, me recuerdan que empaco de más. Que no viajo ligera. Que mi corazón tiene demasiados sellos. Que mis maletas tienen demasiadas emociones y que por más que intento no les cabe ni mi novio, ni mi mama. No los dejo, pero no los llevo, no me voy, tampoco me quedo.
Terminamos mirando hacia el futuro y esperando un nuevo vuelo. Ese que nos lleve a nuestros lugares felices y a nuestros seres amados. Por eso, «tienes exceso de equipaje» siempre será algo muy normal en mis viajes. Nunca será ligero y no pidan que lo sea. Hay un pedacito de cada lugar en mi vida y una aventura más por contar, y por más que lo odie también lo amo, y lo volvería a hacer 100 veces más.